El accidente en la mina Grasberg, una de las más importantes del planeta, ocurrió a principios de septiembre y obligó a Freeport-McMoRan a detener toda actividad y declarar fuerza mayor en sus contratos de entrega. El derrumbe dejó víctimas mortales y daños significativos en la infraestructura, lo que compromete seriamente la producción de los próximos meses. Para dimensionar el golpe, se estima que solo esta mina podría retirar más de medio millón de toneladas de cobre del mercado en 2025 y 2026, un volumen suficiente para alterar por completo el balance global.
Mientras tanto, en Chile, la historia tampoco es alentadora. El Teniente, la mina subterránea más grande del mundo, registró en agosto una caída de producción cercana al 10 %, sumando más presión a un país que ya arrastraba dificultades para alcanzar sus metas anuales. Codelco, la estatal chilena, enfrenta retos de modernización y ajustes que han limitado su capacidad de respuesta en un momento donde cada tonelada cuenta.
El efecto combinado de estos problemas está reconfigurando las proyecciones del mercado. Goldman Sachs redujo sus estimaciones de producción global y ahora anticipa que lo que antes parecía un leve superávit se transformará en déficit. Otras consultoras especializadas coinciden en que el faltante podría superar las 500 mil toneladas en los próximos dos años, justo cuando la demanda se mantiene firme por el impulso de la transición energética, los vehículos eléctricos y el crecimiento de la infraestructura en Asia.
Los precios no han tardado en reflejar esta tensión. En las bolsas de metales de Londres y Shanghái, el cobre repuntó más de 2 % apenas se confirmó la suspensión de Grasberg, y los analistas advierten que este solo podría ser el inicio de una tendencia más prolongada si no se normaliza la producción pronto. Además, las fundiciones reportan dificultades para conseguir concentrados, lo que presiona aún más los costos de tratamiento y revela la fragilidad de la cadena de suministro.
La situación pone de manifiesto un problema estructural: la oferta minera no logra crecer al mismo ritmo que la capacidad de refinación ni mucho menos que la demanda global. En otras palabras, las fundidoras necesitan más cobre del que las minas están logrando extraer, y cada interrupción se convierte en un catalizador inmediato de volatilidad.
En este escenario, Latinoamérica juega un papel central. Chile y Perú concentran una parte importante de la producción mundial, y lo que ocurra en estos países definirá en gran medida el rumbo de los precios. Para los inversionistas y operadores del mercado de divisas, la dinámica del cobre no solo impacta a las empresas mineras, también influye en las monedas de países exportadores, que suelen reaccionar de manera directa a las fluctuaciones del “metal rojo”.
Conclusión
El cobre, considerado el termómetro de la economía global, enfrenta un choque de oferta que podría marcar los próximos años. La combinación de accidentes, caídas productivas y un crecimiento constante de la demanda abre la puerta a un déficit prolongado que tendría repercusiones tanto en los precios internacionales como en las economías latinoamericanas más ligadas al mineral. Para quienes siguen de cerca el mercado, la lección es clara: cada interrupción en la producción no es un hecho aislado, sino un recordatorio de la vulnerabilidad de un mercado esencial para el futuro energético y tecnológico del mundo.