La situación cambiaria volvió a encender las alarmas. En pocos días, el peso se depreció más de un seis por ciento frente al dólar, pese a que el Tesoro intervino con ventas de divisas por más de 500 millones de dólares en apenas una jornada. Aun así, la moneda estadounidense siguió escalando y el Banco Central perdió reservas. El riesgo país superó los 1.100 puntos básicos y los bonos soberanos sufrieron caídas importantes, lo que refleja la desconfianza de los inversores.
Con este telón de fondo, Caputo y el presidente del Banco Central, Santiago Bausili, viajarán a Washington para mantener reuniones con el Fondo Monetario Internacional y funcionarios del Tesoro norteamericano. El objetivo es obtener respaldo político y financiero, y al mismo tiempo mostrar que Argentina está dispuesta a cumplir compromisos. Sobre la mesa está la posibilidad de avanzar en una línea swap de hasta 20.000 millones de dólares que refuerce las reservas y ofrezca un colchón frente a la volatilidad.
La negociación no es sencilla. El FMI ya flexibilizó las metas de acumulación de reservas, pero el cumplimiento de los próximos objetivos será clave para que lleguen nuevos desembolsos. El Gobierno necesita mostrar un esquema cambiario creíble, ya que el actual régimen de bandas luce cada vez más forzado. En el mercado se especula con cambios profundos: eliminar el “dólar blend”, ampliar la flotación o incluso avanzar hacia un tipo de cambio más flexible.
La urgencia también la marcan los plazos políticos. A pocas semanas de las elecciones legislativas, la tensión en las calles y en los mercados se retroalimenta. La derrota del oficialismo en Buenos Aires golpeó la confianza y aceleró la demanda de dólares. Ante este escenario, los próximos diez días son vistos por analistas y bancos como un período crítico para definir el futuro inmediato de la economía.
El viaje a Washington puede derivar en tres escenarios distintos. Si se logran señales contundentes, con respaldo financiero y definiciones claras, el dólar podría estabilizarse y dar un respiro a la gestión. Si los anuncios son parciales y no convencen, la presión cambiaria seguirá creciendo, aunque de manera más gradual. Pero si no hay definiciones, el riesgo de una corrida con devaluación abrupta se hace cada vez más real.
La conclusión es clara: el Gobierno enfrenta una prueba de fuego. No alcanza con intervenciones puntuales ni con discursos. El mercado demanda un rumbo definido y políticas consistentes. La misión en Washington es la oportunidad para mostrarlo. Si se desaprovecha, la crisis cambiaria puede profundizarse y dejar al país en una posición mucho más frágil en el corto plazo.