Las acciones vinculadas a la computación cuántica se han disparado durante el último año, impulsadas por un entusiasmo que parece no tener límites. En apenas unos meses, Rigetti y IonQ han multiplicado su valor en bolsa, mientras los inversores se lanzan tras la promesa de la “revolución cuántica”. Sin embargo, los números muestran una desconexión evidente entre expectativas y realidad.
En el segundo trimestre de 2025, las principales empresas de este sector apenas sumaron unos 26 millones de dólares en ingresos combinados, pero el mercado las valora en más de 55 mil millones. Para ponerlo en perspectiva, esa cifra supera la capitalización de gigantes como General Motors, que genera miles de millones de dólares en ventas trimestrales.
El problema de fondo es que estas compañías todavía están lejos de ser rentables. No solo no producen ganancias, sino que además dependen casi por completo de levantar capital fresco para seguir operando. En los últimos meses, Quantum Computing Inc. y Rigetti han recurrido a nuevas emisiones de acciones para financiar sus proyectos, lo que provocó caídas inmediatas en sus cotizaciones por el temor a la dilución de los inversores actuales.
El patrón se repite: las empresas aprovechan el entusiasmo del mercado para captar fondos, pero sin mostrar avances comerciales que respalden esas valoraciones. Es una dinámica peligrosa, muy similar a la que se vivió en los tiempos de las puntocom.
A esto se suman los retos técnicos. La computación cuántica sigue enfrentando enormes desafíos: los qubits —la unidad básica de cálculo cuántico— son extremadamente frágiles, los errores son frecuentes y la escalabilidad todavía está lejos de ser alcanzada. En otras palabras, aún falta un largo camino antes de que las promesas de la teoría se conviertan en negocios reales.
Entre los nombres más destacados del sector, Rigetti y IonQ concentran gran parte de la atención. Rigetti apuesta por qubits superconductores y un modelo de diseño modular que busca hacer más eficiente la fabricación de procesadores. Recientemente consiguió algunos contratos con organismos estadounidenses, lo que ha impulsado su imagen en el mercado. Pero sus ingresos siguen siendo muy bajos en relación con su valoración bursátil.
IonQ, por su parte, se apoya en la tecnología de iones atrapados, que ofrece una mayor estabilidad y precisión en los cálculos. La empresa ha crecido con adquisiciones estratégicas, como la compra de Oxford Ionics y otras firmas de criptografía cuántica, con las que busca construir un ecosistema completo que abarque hardware, software y redes cuánticas. Aunque sus resultados financieros son más sólidos que los de otros competidores, aún está lejos de alcanzar la rentabilidad.
El atractivo de la computación cuántica es indudable. En teoría, podría revolucionar campos como la inteligencia artificial, la investigación farmacéutica, la optimización industrial o la seguridad digital. Pero entre el potencial y la rentabilidad hay un abismo que todavía no se ha cruzado. Muchos expertos advierten que, si los avances técnicos no se materializan pronto, el entusiasmo podría desvanecerse tan rápido como llegó, dejando a los inversores con pérdidas significativas.
La historia de los mercados está llena de episodios similares: narrativas seductoras que terminan inflando precios hasta que la realidad pone las cosas en su lugar. Por ahora, las acciones cuánticas son una apuesta a futuro, más parecida a una jugada de fe que a una inversión fundamentada.
Los inversores interesados en este sector deberían mantener una dosis de cautela. Las empresas cuánticas representan una oportunidad apasionante, pero también un riesgo extremo. Antes de apostar fuerte, conviene recordar que la tecnología puede ser prometedora, pero las burbujas siempre se pinchan cuando los números dejan de acompañar la historia.