Durante los últimos meses, el peso colombiano ha mostrado una tendencia positiva frente al dólar, impulsado por la debilidad global de la moneda estadounidense y el aumento del apetito por activos emergentes. En agosto, el peso fue una de las divisas que más se valorizó en América Latina, logrando un avance cercano al 4 %, mientras que en mayo ya había sido la más fuerte de la región con una ganancia del 1,7 %. Este comportamiento ha llevado a que el peso se consolide como un referente de estabilidad relativa en medio de un contexto global incierto.
El fortalecimiento del peso se explica por varios factores. Por un lado, la Reserva Federal de Estados Unidos ha reducido la intensidad de sus aumentos de tasas, lo que ha debilitado el dólar frente a la mayoría de las monedas emergentes. A esto se suma la entrada de capitales extranjeros que buscan aprovechar las tasas locales en Colombia, que siguen siendo atractivas frente a otras economías de la región. Además, el flujo constante de remesas y la mejora en el balance externo han contribuido a dar soporte a la moneda.
No obstante, los expertos insisten en que este impulso puede ser temporal. Colombia sigue enfrentando retos estructurales importantes. El déficit fiscal continúa siendo una preocupación, y el país ha tenido que aumentar su endeudamiento interno y externo para cubrir las necesidades del Gobierno. Estos movimientos generan cierta desconfianza en los mercados y podrían frenar la apreciación del peso en los próximos meses.
Otro elemento que mantiene cautela entre los inversionistas es el contexto político. Los cambios en el gabinete económico y la incertidumbre sobre la dirección de la política fiscal han creado volatilidad en el tipo de cambio. Cada anuncio o rumor sobre posibles reformas genera reacciones inmediatas en los mercados, reflejando la sensibilidad del peso ante la percepción de riesgo.
A nivel regional, el desempeño del peso colombiano ha sido superior al de otras monedas latinoamericanas como el sol peruano o el peso chileno, y ha competido de cerca con el real brasileño y el peso mexicano. Mientras estas economías enfrentan presiones por la desaceleración global, el peso colombiano ha mantenido un tono más firme, lo que demuestra que, pese a los desafíos internos, el mercado aún confía en el manejo económico del país y en la capacidad del Banco de la República para controlar la inflación.
Las proyecciones para el cierre de 2025 son moderadamente optimistas. Algunas entidades financieras estiman que el dólar podría terminar el año alrededor de los $3.920 COP, lo que implicaría una apreciación cercana al 11 % frente a los niveles de cierre del año anterior. Sin embargo, también advierten que la volatilidad seguirá presente y que eventos internacionales —como nuevas decisiones de la Reserva Federal o fluctuaciones en los precios del petróleo— podrían alterar el comportamiento del mercado cambiario colombiano.
En términos prácticos, un peso más fuerte tiene efectos mixtos. Por un lado, beneficia a los importadores y ayuda a reducir las presiones inflacionarias, especialmente en productos de consumo importados. Pero también puede afectar la competitividad de las exportaciones, particularmente las del sector agrícola e industrial, que dependen de un dólar más alto para mantener márgenes favorables.
En conclusión, el peso colombiano vive un momento de protagonismo en los mercados latinoamericanos. Ha sabido aprovechar la debilidad del dólar y el apetito global por riesgo, pero su sostenibilidad dependerá de cómo el país maneje sus cuentas fiscales y su estabilidad política en los próximos meses. Si el Gobierno logra mantener la confianza de los inversionistas, el peso podría cerrar el año consolidando su posición como una de las monedas más fuertes de la región. Pero si se presentan nuevos sobresaltos fiscales o políticos, la historia podría cambiar rápidamente.