El panorama económico de México enfrenta un reto serio: cómo atraer y retener capital en un momento de incertidumbre global. Los expertos coinciden en que el país necesita mucho más que discursos optimistas; hacen falta condiciones reales que garanticen la seguridad jurídica de las inversiones y la estabilidad macroeconómica.
En los últimos meses, los organismos internacionales han ajustado sus pronósticos. El Banco Mundial elevó su estimación de crecimiento para 2025 a 0.5 %, mientras que Banxico la mantiene en niveles bajos, alrededor de 0.6 %. Es decir, hay señales leves de optimismo, pero siguen dominando los riesgos estructurales.
La clave está en asegurar que los capitales —tanto nacionales como extranjeros— encuentren un entorno predecible, donde la ley se cumpla y la rentabilidad sea posible. De lo contrario, las empresas optarán por redirigir sus recursos a otros países con marcos más confiables. Hoy, la incertidumbre legal, los cambios abruptos en las políticas energéticas y las tensiones comerciales globales son los principales obstáculos.
Además, los sectores que antes impulsaban la inversión —como la manufactura y el energético— han mostrado señales de desaceleración. El modelo de nearshoring, que tanto entusiasmo generó, enfrenta trabas logísticas y regulatorias que le impiden alcanzar su verdadero potencial.
El gobierno federal ha planteado metas ambiciosas: elevar la inversión al 25 % del PIB para 2026 y al 28 % hacia 2030. Para eso, se han destinado más de 850 mil millones de pesos a proyectos de infraestructura en este primer año de gestión. Sin embargo, los especialistas advierten que la inversión pública, por sí sola, no basta; es indispensable que la iniciativa privada vuelva a confiar y participe activamente en los grandes proyectos nacionales.
Para lograrlo, México debe ofrecer algo más que estabilidad macro: necesita certidumbre jurídica, menos burocracia, incentivos fiscales bien diseñados y una política industrial que fomente sectores de alto valor agregado. El país tiene la oportunidad de posicionarse como un polo de inversión estratégico en América del Norte, pero solo si demuestra que sabe cuidar a quienes apuestan por su crecimiento.
Conclusión
El crecimiento de México depende de una sola palabra: confianza. Sin ella, los capitales no llegan o no se quedan. Si el país logra consolidar un entorno de estabilidad, transparencia y reglas claras, el potencial de expansión será enorme. Pero si se mantiene la incertidumbre, cualquier estimación optimista seguirá siendo una ilusión más.