El aumento volvió a sentirse con fuerza en los productos más básicos de la canasta familiar. En barrios de Buenos Aires y el conurbano, los pequeños comercios enfrentan costos cada vez más altos en transporte, energía y reposición de mercadería. Sin margen para absorber esos incrementos, terminan trasladándolos al mostrador. Es un movimiento que se repite mes tras mes, y que deja en evidencia la dificultad de contener la inflación en los niveles más cotidianos de la economía.
Para muchos comerciantes, la situación es insostenible. La devaluación del peso y el aumento del dólar mayorista, que ya ronda los $1.400, dispararon nuevos ajustes en las listas de precios de los proveedores. Esto repercute de inmediato en los almacenes, que dependen de compras más frecuentes y con menor poder de negociación que las grandes cadenas.
Los consumidores, por su parte, intentan estirar el dinero como pueden. En los barrios populares se observa un cambio de hábitos: familias que pasan de comprar marcas conocidas a segundas opciones o que reducen la cantidad de productos que llevan. Otros directamente recurren a mayoristas o ferias para buscar mejores precios, aunque eso implique sacrificar tiempo y comodidad.
La suba del 11 % registrada en septiembre se suma a un arrastre que viene desde fines de 2023. En ese período, los precios de alimentos y artículos de limpieza acumulan más de un 330 % de aumento, una cifra que muestra la magnitud del problema. Los ejemplos sobran: el paquete de sal, que hace un año costaba alrededor de $300, hoy supera los $1.300; el pan común ronda los $2.000 el kilo, y el jabón en barra, un producto básico de higiene, subió más del 250 % en menos de dos años.
Los analistas advierten que, mientras la inflación general se mantenga en torno al 8 % o 9 % mensual, los alimentos seguirán siendo el principal motor del alza de precios. En los barrios, donde los sueldos no acompañan ese ritmo, el impacto es inmediato y profundo. Cada punto de aumento se traduce en menos poder de compra y más restricciones a la hora de llenar la heladera.
Frente a este panorama, los economistas insisten en que no alcanza con controles de precios o acuerdos puntuales. Lo que se necesita es un plan integral que incluya una baja real de los costos logísticos, incentivos a la producción nacional y una estabilización cambiaria que le dé previsibilidad a la cadena. Sin eso, los aumentos seguirán apareciendo como una respuesta inevitable.
La inflación ya dejó de ser una cifra estadística: se transformó en una sensación diaria. Cada visita al almacén o al supermercado es una confirmación de que el dinero vale un poco menos que ayer. En un país donde la incertidumbre económica es parte del paisaje, la suba de los precios de los alimentos y la limpieza vuelve a recordarnos que el desafío de estabilizar la economía argentina está lejos de resolverse.