Desde hace algunos meses, analistas observan cómo las empresas venezolanas replantean su presencia territorial pensando en regiones con mayor “movimiento económico real”. No se trata solo de esquivar cargas fiscales: la diferencia entre operar en un estado con poca actividad o en otro con tránsito comercial intenso puede marcar si una empresa aguanta o sucumbe.
Uno de los consultores más escuchados en ese tema afirma que el país es extremadamente desigual: no solo en riqueza, sino en capacidad operativa. En algunos estados los puertos, aeropuertos, redes eléctricas o acceso a internet funcionan relativamente bien; en otros, esos servicios están tan deteriorados que encarecen muchísimo cualquier operación. Por eso muchas compañías preferirían moverse incluso pagando más impuestos, si eso significa vender más, distribuir mejor y crecer con mayor seguridad.
Durante un estudio reciente, se dividió al país en cuatro categorías de actividad regional: zonas de alta actividad (donde se concentran flujos y negocios), actividad media, baja y crítica (con mucho estancamiento). En ese esquema, solo la región capital mantiene consistentemente alta actividad. Otros estados como Anzoátegui, Táchira o Portuguesa han mostrado puntos de interés, mientras que entidades como Sucre, Monagas o Cojedes han caído en la categoría de baja o crítica.
Al final, muchas empresas están ajustando sus mapas: moverse hacia el centro, hacia estados con mejor conectividad o hacia aquellos que pueden ofrecer un entorno viable, aunque no perfecto. Eso redefine dónde se concentra la nueva clase productiva regional de Venezuela.
En la región oriental, el reaprovechamiento parcial de actividades petroleras mixtas empieza a generar señales positivas para empresas que operan con la industria energética. Pero no es la única apuesta: estados del occidente e industrias ligeras están compitiendo, apoyadas en cadenas locales más robustas. Al mismo tiempo, la región andina destaca por agroindustria y productos procesados, mientras que la zona metropolitana de Caracas y sus alrededores se mantienen como núcleo de servicios y soporte tecnológico.
Sin embargo, abrir operaciones en esas zonas con mayor movimiento no garantiza el éxito. Las empresas tienen que sortear desafíos constantes: acceso a crédito local, cambios abruptos en regulaciones, escasez de insumos y logística precaria en muchas carreteras. A eso se suman la migración de talento y la presión cambiaria, que sigue poniendo en jaque muchas decisiones a mediano plazo.
Para 2025, lo interesante no es tanto cuál región manda, sino cuáles regiones logran articular ventajas naturales (materia prima, cercanía de mercados, conectividad) con un entorno operativo mínimamente estable. Será en esos lugares donde las empresas capaces de adaptarse podrían crecer de verdad; el resto deberá resistir con creatividad.