El anuncio de Trump cayó como una bomba en los mercados. La idea de imponer aranceles tan agresivos contra China desató ventas masivas en el sector tecnológico. En apenas una jornada, el valor de mercado de las principales empresas del Nasdaq se desplomó, arrastrando al S&P 500 y provocando una ola de nerviosismo entre los inversionistas. Amazon, Nvidia y Tesla fueron las más golpeadas, con caídas que superaron el cinco por ciento en sus acciones.
El temor no era infundado. La mayoría de estas compañías depende, en mayor o menor medida, de las cadenas de suministro chinas o del consumo en Asia. Un arancel de esa magnitud no solo elevaría los costos de producción, sino que también podría alterar por completo la dinámica comercial del sector. En el caso de Nvidia, el riesgo es particularmente alto, ya que gran parte de sus componentes proviene de fábricas instaladas en el sudeste asiático.
La tensión comenzó a calmarse unos días después, cuando Trump moderó su tono y aseguró que las medidas serían “graduales”. Esa señal fue suficiente para devolver algo de aire al mercado. El S&P 500 recuperó alrededor de 1.6 % y el Nasdaq subió más de 2 %. Algunas tecnológicas incluso aprovecharon el rebote, como Broadcom, que se disparó cerca de un 10 % tras anunciar un acuerdo con OpenAI.
Aun así, los analistas coinciden en que la situación está lejos de estabilizarse. Las valoraciones en el sector tecnológico siguen en niveles históricamente altos y cualquier nuevo choque comercial puede reavivar la volatilidad. El mercado sabe que una guerra de tarifas no beneficia a nadie, pero la incertidumbre política y económica suele ser el peor enemigo de los inversionistas.
Mientras tanto, América Latina observa con atención lo que ocurre entre Washington y Pekín. Aunque la disputa parece lejana, sus efectos llegan rápido a la región. Un aumento generalizado de aranceles puede reducir la demanda de materias primas, afectar las exportaciones industriales y encarecer las importaciones de tecnología. Países como México, Brasil, Chile y Perú ya evalúan posibles impactos en sus sectores metalúrgicos y manufacturas.
En el caso de México, la historia puede ser distinta. Su posición geográfica y los acuerdos comerciales con Estados Unidos podrían convertirlo en uno de los grandes ganadores del llamado “nearshoring”. Si los flujos comerciales entre EE. UU. y China se complican, las empresas buscarán proveedores más cercanos, y México tiene una oportunidad única para atraer esas inversiones. Panamá, por su parte, también podría fortalecerse como centro logístico, aprovechando su ubicación estratégica y el tránsito por el Canal.
China, por su lado, ha empezado a reforzar sus vínculos con América Latina. En los últimos meses, el gigante asiático ha incrementado su inversión en puertos, energía e infraestructura en Brasil, Argentina y Chile, buscando asegurar su acceso a materias primas y rutas alternativas de comercio ante posibles restricciones estadounidenses.
Para los inversionistas, el mensaje es claro: entramos en una etapa de alta volatilidad. La nueva ronda de tensiones entre Estados Unidos y China no solo afecta al sector tecnológico, sino que también redefine el mapa global de oportunidades. La recomendación es diversificar portafolios, protegerse del riesgo externo y observar con atención los flujos de capital hacia regiones emergentes que podrían beneficiarse de la relocalización industrial.
En síntesis, el anuncio de Trump fue una advertencia para los mercados: el equilibrio entre las dos mayores economías del mundo sigue siendo frágil. El sector tecnológico logró un breve respiro, pero la calma es aparente. Si los aranceles finalmente se materializan, el impacto podría sentirse en todos los continentes, y América Latina no será la excepción. En medio de la incertidumbre, la región deberá moverse con inteligencia para convertir la tensión global en una oportunidad estratégica.