El equipo económico ya dejó claro que la meta original quedó desactualizada. El objetivo ahora es un superávit primario más ambicioso, lo que implica un ajuste adicional en plena desaceleración económica. En los primeros siete meses del año, los ingresos totales del sector público cayeron alrededor de un 1,2 % real, lo que obliga a recortar más fuerte de lo previsto para no desbordar las cuentas.
Las áreas con gasto discrecional están en la mira: los ministerios deben achicar contrataciones, reducir subsidios y frenar proyectos de obra pública. El Gobierno ya aplicó un recorte del 60 % en subsidios y una baja cercana al 50 % en obras, pero no sería suficiente para compensar la pérdida de recursos.
Economistas advierten que, si el ajuste se concentra en el segundo semestre, el recorte real del gasto podría superar el 14 %. En otras palabras, será necesario apretar más el cinturón en un momento de fuerte contracción del consumo y del empleo.
El desafío político es enorme. Ajustar sin paralizar la economía ni generar conflicto social requiere precisión quirúrgica. Cada peso que se quita genera tensión, pero el Gobierno insiste en que no hay alternativa: cumplir con la meta fiscal es clave para sostener la confianza de los mercados, el apoyo del FMI y el ingreso de nuevos desembolsos internacionales.
Mientras tanto, el frente externo ofrece algo de oxígeno. Argentina superó la primera revisión del programa con el Fondo y espera un nuevo desembolso de USD 2.000 millones. Pero desde el organismo advierten que el compromiso fiscal debe mantenerse firme, sin desvíos.
En definitiva, el ajuste que viene no será menor. La administración deberá recortar más profundo de lo que imaginaba y administrar el costo político de hacerlo en plena tensión económica. Si logra equilibrar las cuentas sin romper la estabilidad social, podría marcar un punto de inflexión para el rumbo económico del país
Conclusión
El Gobierno está decidido a cumplir la meta fiscal a cualquier costo. Con menos ingresos y mayores exigencias, el ajuste será más duro y selectivo. Lo que se juega no es solo un porcentaje del PBI: es la credibilidad de la política económica argentina frente al mundo y la confianza interna en su rumbo.