El panorama actual del mercado de gilts refleja la tensión que viven los inversores frente a la economía británica. Los bonos de largo plazo, que tradicionalmente eran muy demandados por fondos de pensiones y aseguradoras, hoy despiertan desconfianza. El motivo es claro: el costo de endeudarse para el Reino Unido se disparó, y la inflación, aunque más controlada que hace un año, sigue generando expectativas de tasas elevadas por más tiempo.
El gobierno británico ya reaccionó reduciendo la proporción de emisiones de deuda con vencimientos superiores a los quince años. Para este ejercicio fiscal, esos bonos apenas representarán una pequeña parte del total, un cambio radical frente a la tendencia de años anteriores. A esto se suma la decisión del Banco de Inglaterra de ralentizar su programa de reducción de balance, vendiendo menos bonos y limitando en particular la oferta de títulos a largo plazo. Todo apunta a un esfuerzo coordinado para evitar que la presión del mercado se convierta en una crisis de confianza.
Lo que aún no está claro es si esta última subasta fue realmente la más débil desde 2022 en términos de órdenes recibidas. Para confirmarlo se necesitan los datos oficiales del Tesoro británico, que detallan cuántos inversores participaron y qué tan bajo fue el llamado bid-to-cover ratio. Sin embargo, aunque las cifras definitivas todavía no se conocen, la tendencia general es evidente: cada vez resulta más caro y más difícil colocar deuda de largo plazo en Reino Unido.
En este contexto, la desconfianza de los inversores puede convertirse en un círculo vicioso. Rendimientos más altos encarecen el financiamiento público, lo que presiona las cuentas fiscales y aumenta la percepción de riesgo. Eso, a su vez, ahuyenta aún más a quienes solían ver a los gilts como un refugio seguro.
El Reino Unido se enfrenta así a un dilema complejo: mantener su disciplina fiscal para recuperar la confianza, o arriesgarse a que la falta de apetito por su deuda de largo plazo ponga en entredicho la estabilidad de su mercado financiero. Lo que ocurra en las próximas subastas será clave para medir si este enfriamiento es pasajero o si estamos ante una señal de alerta mayor.