La advertencia de Georgieva llegó en un momento sensible. En los últimos meses, Estados Unidos impuso aranceles generalizados del 25 % sobre productos mexicanos, en una medida que ha puesto en jaque al sector exportador. Aunque el peso se ha mantenido relativamente estable, el nerviosismo en los mercados es evidente. Las empresas comienzan a ajustar planes, y los economistas prevén que el impacto real se sentirá con mayor fuerza hacia finales de año.
El FMI explicó que todavía es temprano para medir la magnitud del daño, pero reconoció que la política comercial está añadiendo presión a un entorno ya frágil, marcado por una inflación persistente y un crecimiento global moderado. Para México, el reto es doble: mantener la competitividad en su principal mercado mientras enfrenta una posible desaceleración en las exportaciones y una menor inversión extranjera.
La industria automotriz —uno de los pilares del comercio bilateral— es uno de los sectores más afectados. Varias empresas han comenzado a reevaluar sus planes de producción o a retrasar nuevas inversiones ante la incertidumbre que generan las tarifas. Si los aranceles se mantienen durante todo 2025, los especialistas estiman que el crecimiento del país podría perder hasta un punto porcentual, afectando tanto la generación de empleo como el consumo interno.
Pero no todo es pesimismo. México todavía tiene herramientas para amortiguar el golpe. El Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) ofrece ciertos márgenes de maniobra que podrían permitir a algunas industrias sortear las tarifas si cumplen con las reglas de origen. Además, el país puede aprovechar su posición estratégica para atraer inversiones que busquen relocalizarse en América del Norte, lo que se conoce como nearshoring, aunque este fenómeno también podría frenarse si las tensiones arancelarias se intensifican.
Otra salida es la diversificación de mercados. En los últimos años, México ha fortalecido sus relaciones comerciales con países de Europa y Asia, pero su dependencia de Estados Unidos sigue siendo alta. Romper ese patrón no será fácil, aunque sí urgente si la política proteccionista se mantiene.
En el plano interno, el gobierno mexicano ha tratado de enviar mensajes de calma, asegurando que se busca mantener el diálogo abierto con Washington y que se evalúan medidas de apoyo a las empresas exportadoras. Sin embargo, los analistas financieros insisten en que el país debe preparar una estrategia fiscal y monetaria coordinada, capaz de amortiguar un posible freno en el comercio exterior.
El tipo de cambio es otro termómetro que no debe perderse de vista. Una caída sostenida en las exportaciones podría reducir la entrada de dólares al país, debilitando al peso y generando presiones inflacionarias. Esto, a su vez, afectaría directamente al bolsillo de los consumidores, ya que muchos productos dependen de insumos importados.
En medio de la incertidumbre, la advertencia del FMI funciona como una llamada de atención: los efectos de los aranceles aún no se sienten del todo, pero pueden alterar el rumbo de la economía mundial y mexicana en los próximos meses. Si el gobierno logra mantener la estabilidad macroeconómica y aprovechar las oportunidades del comercio regional, México podría sortear el temporal. De lo contrario, un mal manejo podría traducirse en menor crecimiento, más inflación y pérdida de competitividad.