Durante septiembre, el índice de precios al consumidor mostró una variación mayor a la esperada, impulsada principalmente por combustibles, transporte y energía. El alza dejó en claro que el proceso de desinflación no será tan rápido como muchos anticipaban. Aun así, los operadores financieros y los inversionistas mantienen su apuesta: el próximo movimiento del Banco Central será a la baja.
El argumento detrás de esa visión tiene varios pilares. Primero, la demanda interna continúa débil, con un consumo que no termina de despegar y con cifras de crecimiento que se mantienen estancadas. Segundo, la inflación subyacente —que excluye alimentos y energía— muestra un avance más contenido, lo que sugiere que los precios estructurales están mejor controlados. Y tercero, la autoridad monetaria ha reiterado que mantendrá un enfoque flexible, dispuesta a ajustar su política si los datos lo permiten.
El Banco Central decidió mantener la tasa de política monetaria en 4,75 %, a la espera de más señales sobre el comportamiento de los precios. El mercado interpreta esa pausa como una antesala a los recortes que podrían comenzar hacia finales de año, en un escenario donde la inflación anualizada se mantendría cerca del 4 %.
De todos modos, no todo está despejado. Un nuevo aumento en los precios del petróleo o una depreciación del peso chileno frente al dólar podrían frenar los planes de baja. También existe el riesgo de que las presiones internas, especialmente en los servicios, sigan tensionando los precios.
En resumen, la inflación subió, pero no tanto como para borrar el optimismo. Los mercados chilenos siguen apostando por un giro más expansivo en la política monetaria antes de que termine el año, confiando en que el Banco Central sabrá equilibrar la estabilidad de precios con la necesidad de impulsar el crecimiento.