El informe de septiembre dejó un saldo mixto. Por un lado, hubo un superávit comercial de US$ 933 millones, un dato que sacude el pesimismo en el sector. Pero a la par, el valor de las exportaciones de cobre cayó un 2,03 %, lo que revela que no todo el crecimiento se traduce en mayores ingresos netos.
Si miramos el acumulado del año, entre enero y agosto los envíos del país sumaron US$ 68.532 millones, lo que equivale a un crecimiento de 4,3 % respecto al mismo período de 2024. En ese comportamiento influyeron productos tradicionales como minerales, pero también frutas frescas y alimentos procesados, impulsados por la diversificación gradual del portafolio exportador. Además, más de 1.150 empresas nuevas ingresaron al comercio internacional durante este año, sumando dinamismo al ecosistema exportador chileno.
Sin embargo, este avance no debe ocultar las amenazas a la vista. El precio internacional del cobre —el eje de las exportaciones— ha mostrado fluctuaciones que pueden afectar los resultados finales. A eso se suman los elevados costos logísticos, demoras en puertos y rutas congestionadas que erosionan la competitividad. La concentración geográfica y sectorial —China y EE. UU., minerales y frutas— sigue siendo una vulnerabilidad clara. Y en lo interno, variables cambiarias o alzas en insumos importados pueden revertir cualquier mejora marginal.
De cara al resto de 2025, el desafío para Chile es convertir este repunte en una tendencia. Eso exigirá mejoras logísticas reales, inversiones en infraestructura, acuerdos y apertura hacia mercados emergentes, y mecanismos que mitiguen la exposición ante la volatilidad del cobre. Solo si esas piezas se articulan, el sector exportador podrá transformarse en un pilar sólido para el crecimiento.