El derrumbe de los bonos tomó a todos por sorpresa. Mientras en días anteriores se percibía un ambiente de cautela, nadie anticipaba un movimiento de tal magnitud. Los papeles de la compañía se transaban con descuentos tan extremos que los acercaron a niveles propios de un emisor al borde del default. Para muchos fondos internacionales y bancos locales, el golpe fue inmediato y doloroso, ya que Braskem era vista como un activo estratégico por su peso en la industria petroquímica de Brasil.
Detrás de este colapso hay varios factores que se fueron acumulando en los últimos años. El primero tiene que ver con los litigios ambientales que persiguen a la empresa desde el desastre geológico en Alagoas, donde miles de viviendas fueron evacuadas por daños asociados a minas explotadas por Braskem. Las demandas judiciales superan ya los miles de millones de reales y se han convertido en un lastre constante para su balance.
A esto se suma la fragilidad financiera. La compañía contrató asesores externos para revisar su estructura de capital, una señal que el mercado interpretó como una advertencia de que su flujo de caja podría no ser suficiente para enfrentar los próximos vencimientos de deuda. Más ruido se generó por la falta de avances en la negociación para vender la compañía a nuevos inversionistas, donde nombres como el del empresario Nelson Tanure han aparecido sin que se concrete un desenlace claro. La incertidumbre sobre el futuro accionario ha restado confianza y ha incrementado la volatilidad.
El panorama se complica aún más con el contexto adverso del sector petroquímico. La caída en los precios internacionales de productos químicos básicos y los altos costos de energía redujeron sus márgenes operativos, que en los últimos trimestres han caído a niveles negativos. Este deterioro operativo debilitó aún más la posición de la empresa y elevó las dudas sobre su capacidad de pago.
La reacción en los mercados fue inmediata. Gestores de fondos y acreedores institucionales ajustaron a la baja sus posiciones y comenzaron a exigir mayores primas de riesgo para invertir en deuda brasileña. El temor ahora es que el caso Braskem marque un antes y un después para el financiamiento corporativo en Latinoamérica, con tasas de interés más altas y un apetito de los inversionistas mucho más limitado.
Lo que ocurre con Braskem no es solo una crisis aislada, sino un reflejo de los riesgos que enfrentan las grandes empresas de la región cuando no hay transparencia suficiente ni resolución rápida de problemas estructurales. El desplome de 80 % en sus bonos es una llamada de atención para inversionistas y reguladores: la deuda corporativa en Brasil necesita mayor claridad, reglas más firmes y una gestión de riesgos que evite que una compañía estratégica se convierta de un día para otro en un símbolo de desconfianza.